viernes, 6 de abril de 2012

CARLOS MONSIVÁIS : LOS LINCHAMIENTOS DE CANO


Los linchamientos de Canoa*
Por: Carlos Monsiváis
Calles iguales a las de hace 30 años
E
l tema de una película mexicana excepcional, Canoa (dirigida por Felipe Cazals, con un excelente guión de Tomás Pérez Turrent), es un hecho real: el linchamiento en septiembre de 1968, en el poblado de San Miguel Canoa, de un grupo de excursionistas, jóvenes empleados de la Universidad Autónoma de Puebla, a quienes una turba, azuzada y organizada por el cura Enrique Meza Pérez, creyó conjurados en el intento de asesinar a su sacerdote e izar una bandera comunista en la iglesia. A medianoche, en una atmósfera sacudida por rumores, amenazas, convocatorias a través del aparato de sonido, rezos y campanas al vuelo la muchedumbre sitió la casa donde se alojaban los excursionistas, victimó primero al campesino Lucas García, valeroso defensor de sus huéspedes, e inició un ritual bárbaro, torturando al grupo y asesinando a tres de los jóvenes. A la atroz ceremonia sólo la interrumpió la intervención del ejército .
Sería un error notorio pretender que a tales sucesos los explica únicamente la atmósfera del 68. En la región de San Miguel Canoa, la tradición de intolerancia ha sido, además de prueba natural de un dominio tiránico, una de las cohesiones sicológicas que amurallaban a colectividades tan desposeídas. Sin protección legal, sujetos permanentes de explotación, los campesinos se aferran con saña a sus escasos bienes. Entre ellos, dos fundamentales: sus convicciones heredadas y su poder de reproducción. Se defiende a los muchos hijos y al santo patrono y a las Creencias de los Mayores como seguros contra la vejez, la muerte... y la falta de identidad. En estas comunidades, uno es en tanto se atenga a lo enseñado secularmente, en tanto proteja hasta la violencia su caudal petrificado de haberes ideológicos.
Tal tradición fue estimulada vigorosamente en la región, a principios de los sesenta, por la campaña anticomunista presidida oficialmente por el obispo de Puebla y enderezada contra los estudiantes de la UAP, campaña que en 1961 desplazó contingentes de campesinos enardecidos contra los "rojos" y que, jamás desmovilizada del todo y sí alimentada con agravios virulentos y calumnias grotescas, ha logrado hacer perdurar sus consecuencias sangrientas. Recuérdese los asesinatos de los profesores Joel Arriaga, Enrique Cabrera, y el clima constante de hostilidad contra la UAP. En ese sentido, los linchamientos de San Miguel Canoa esencializaron la respuesta de un primitivismo colérico, la parte de la población que, idólatra de la Palabra de sus Autoridades, teme a lo desconocido, a lo otro, lo ajeno, lo sitiado "fuera de nuestra tradición" o nuestra comprensión inmediata.
No es posible tampoco —y Cazals y Pérez Turrent son categóricos al respecto— minimizar la influencia del ámbito supremamente autoritario del 68, la ira desatada contra quienes disentían del Padre Magnánimo cuyo reino indiscutido exigía de continuo, a modo de besos filiales en la mano exhibiciones de vasallaje. Incapaz de conceder la existencia del error, el gobierno puso en acción a un aparato represivo que de inmediato visualizó a las manifestaciones estudiantiles como el reto que por serlo se convertía en sacrilegio. En cierta forma, lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre fue también un linchamiento colectivo, rito de expiación no del espíritu atávico de la nación, sino del quebrantado respeto a la Autoridad.
Si algo se analiza sin piedad alguna en Canoa es el acercamiento reverencial al pueblo. Las masas, para usar un término inicialmente despectivo, poseen como uno de sus comportamientos recurrentes, el del linchamiento. En México, desde los cristeros (Tan torpemente reindicados por una corriente que adora lo "popular" sin fijarse en el signo: también el nazismo y el fascismo, como el movimiento cristero, tuvieron su época popular), el linchamiento ha sido práctica de multitudes acosadas en su hambre, en su miseria, en su ignorancia, en su alcoholismo, que aterrados ante lo que no entienden optan por destruirlo físicamente. Los maestros rurales desorejados y empalados (recuérdese el magistral cuento de José Revueltas, "Dios en la Tierra") se prolongaron en los pastores y los conversos protestantes asesinados a machetazos, lanzados y arrastrados a cabeza de silla en medio de la destrucción y la quema de sus templos.
Por lo demás, en las páginas policiacas, en la nota roja se ha confinado mucha de la barbarie (finalmente política) ejercida contra heterodoxos de cualquier índole, que niegan a la norma en la teoría o en la práctica. El sistema moral y político y sus metamorfosis: los actos represivos se tornan meros "Hechos de sangre" que escandalizan y tranquilizan a los lectores y en la nota roja se evaporan los asesinatos de los disidentes mientras no surge la decisión de aclararlos históricamente. Eso logra Canoa: recupera, sin moralismos, un crimen político.
Se filtra una relación con la épica, así sea a través de la inversión de valores. Obra de la voluntad conjunta de una comunidad, un linchamiento como el de San Miguel Canoa puede quizás describir características inherentes al ser humano, pero más seguramente nos permite a la condición última de las colectividades aplastadas, expoliadas, fanatizadas; su irracionalidad es pérdida de las razones de convivencia y adquisición de la lógica delirante de la pesadilla. Desde su irracionalidad, los habitantes de Canoa vieron claramente a los comunistas asesinando al cura Meza Pérez, los contemplaron profanando su iglesia, raptando y violando a sus hijas, saqueando sus cosechas. La pesadilla imaginada fue, en ese ámbito desinformado y lúgubre, la verdad revelada. Y el asesinato, la respuesta a mano.
FUENTEOVEJUNA puede serlo también desde una perspectiva reaccionaria. ¿Quién linchó al comendador? Canoa relata con lucidez tal disparidad esencial y apunta a una de las soluciones exigibles en un cine tan encerrado como el mexicano. En un cine y una cultura negados al género testimonial por causas evidentes. Importa, de modo permanente y, por ejemplo, reexaminar las matanzas y asesinatos de los disidentes, no para integrar un martirologio deprimente sino una memoria histórica. Para evocar unos cuantos hechos: quién ha descrito en formas críticas y artísticas, los asesinatos del dirigente campesino Rubén Jaramillo y su familia, en 1962; de los copreros en Acapulco en 1967 o de los campesinos de Huejutla, Juchitán, Veracruz y Sonora en 1975? Estos muertos son, en su densidad terrible, síntesis de vida de una gran parte del pueblo mexicano.
Canoa se aleja también de una tendencia dominante, patrocinada por el Estado: la de exaltar toda "visión de los vencidos", disolviéndola en el humo de las llagas benditas y la redención. Canoa adopta el punto de vista de las víctimas, pero no las compadece ni ve en su sangre el fin de los pecados de los espectadores. A esa liquidación del sentimentalismo contribuye enormemente la calidad de los actores, en especial de Salvador Sánchez (el campesino que es la perspectiva socarrona y crítica), Ernesto Gómez Cruz (Lucas García, el campesino asesinado) y Enrique Lucero (el cura Meza Pérez).
P.D: En septiembre de 1968, el señor René Capistrán Garza publicó un artículo elogiando la conducta del cura Meza Pérez y la turba homicida, por "defender los valores de nuestra cultura". El linchamiento también ha gozado de defensores ilustrados y caballerosos.
Fotografías de Canoa: Marcos Medrano
* Tomado de gaceta Universidad de julio de 1973, editada por la Dirección de Información y Relaciones Públicas de la UAP

No hay comentarios: