lunes, 11 de febrero de 2013

JUAN CRISTOBAL : POEMA A JUAN OJEDA


(19)
a Juan Ojeda
Parecía un ser de otro tiempo
un amigo amaneciendo
recogiendo buganvillas
en el sol fascinante del verano
Lo quería como se quiere a las estrellas
cuando te descubren el silencio de las calles
y las serenas primaveras ennobleciendo el paso laborioso de los ríos
No le gustaba reconocer
el resplandor inesperado de las hojas
ni el último atardecer zarandeando los ojos entristecidos del abuelo
Cuando lo escuchaba hablar de las voces desesperadas del camino
o del alma bendita de la pena
o de abrir todas las persianas
para que todos se iluminen como huérfanos salidos de los vientos
sabía que se iba a perder por los lugares más inhóspitos del mundo
y ser alguien –una luz- en la conspiración
y en la clandestinidad de los molinos
Amaba las lechuzas y y el fuego humilde de las casas
y hablar de las hormigas
cuando royen las raíces de las plantas
en las tumbas abandonadas de los pueblos
y decir
como si divisara la esperanza en otro sitio
o nacer al viento cerca de la luna
“Yo no creo en los dioses o milagros
pero los ángeles creen en la veracidad de mis palabras”
Y mientras soñaba con duendes y caballos
bebiendo como el tiempo la soledad de las escarchas
y pensando en el armonioso y suave silbido de la hierba
desfalleciendo en los basurales de la calle
creando la confusión de los ciruelos
y el destino perdido de las aguas
rememoraba tierras milagrosas y remotas
donde las margaritas sangraban en la eternidad de las ventanas
como esa noche / cuando ebrio
y lleno de antiguos remordimientos
“nadie está dentro de mí
yo conozco la culpa que manejo”
se dejó caer con toda su locura a un abismo
donde ardían las malezas y las preguntas irremplazables de los ciegos
Nuestra amistad jamás se diluyó
a pesar que los geranios se desprendían como sombras de los techos enmohecidos de su casa
pues siempre me ayudó
-incluso en su mesura-
a reconocer los cantos de sirenas
las huellas de los canarios en el parque
y a los que tiraban piedras
a los árboles que daban frutos en verano
Mi corazón
mudo y lleno de pesares
siente que su ausencia se asemeja
a un extraño temporal buceando en la desesperación de un desesperado
al que le encantaba repetir
cuando se despedía de su alma
entre las humaredas aturdidas de los puentes
“Mi única realidad es el silencio de la muerte”
Desde ese instante
hasta la hora en que los crepúsculos no avanzan en la noche
no llego a comprender
que alguien que conocía la intimidad secreta de las flores
la memoria atormentada de los pinos
el cielo que anunciaba la neblina
y que su esperanza fue decir
viendo al atardecer desprenderse de la lluvia
“No hay peor pecado que mirar de lejos la belleza”
desee decirle adiós a las ardillas
a las lilas cuando arden en las manos de los pobres
Y aunque me complace sentir
-ahora que mi memoria se despierta lentamente entre las nubes-
la serenidad de las mañanas
y desperezarme entre la llovizna cansada de los patios
escucho atrozmente en las hogueras desamparadas de mi rostro
sus pasos y desdichas
sus palabras y temores
pasearse inútilmente como un fantasma
por todas las historias lamentables y recelosas de  mi vida

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