Cuaderno de
las desilusiones
Poemario de
Juan Cristóbal que refuerza el olvido
Por Maynor
Freyre
Cuando un poeta se compromete con el mundo y no
trata de idealizarlo o edulcorarlo, puede sucederle lo que al ángel de Klee,
denominado Angelus Novus, que al decir
de Walter Benjamín se trata del ángel de la historia que ha vuelto el rostro
hacia el pasado avizorando una catástrofe. Es la negación. La antítesis de
aquel erróneo dicho de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Se trata ahora de opinar sobre el III tomo de
una saga que empezó con Hórridas mañanas y
Kafka, poemarios ambos que
evidenciaban el desengaño del poeta frente a los años vividos y a las
esperanzas frustradas frente a sus sueños de juventud que pretendió alcanzarlos
con la acción. Esto va explicado con el texto A manera de prólogo que
antecede a los poemas de esta tercera parte de la saga titulada Cuaderno de las desilusiones, editada
por el Grupo Editorial Arteidea en abril de este 2013.
Compuesto por treinta poemas, más una coda de
dos poemas y un poema epílogo, el libro te enfrenta a una serie de
interrogaciones, como por ejemplo estas del poema 9(mentira): “¿los compungidos pueden engatusar a los niños? / ¿los
orates al desconcierto del muro? / ¿los imberbes a las retamas del sueño? /¿los
indiferentes a los peñascos del alba? / ¿a las retahílas del viento? ¿al botín
de la guerra? / ¿hacerse agua y hundirse en la niebla?”. Cómo podremos observar
aquellos que hemos seguido el itinerario creativo poético de Juan Cristóbal,
este ha retornado al lenguaje surrealista con el que se iniciara para hacerse
estas preguntas irónicas, tal vez dirigidas a sí mismo.
El cuestionamiento empieza con el mundo, para
seguir con el desarraigo, la tristeza, las ilusiones, la muerte… Y así van
desfilando en esta retahíla que desfila frente a una especie de muro de los
lamentos, los estados anímicos, la degradación física producto del transcurso
de los años que supieron enfrentase a la mentira, a la derrota, a los odios, a
la deslealtad, a la impostura. Que se enfrentaron en un combate desigual por
desaparecer la marginación y la pobreza produciendo llanto, quejidos y
aullidos, recibiendo maltrato por la militancia y el compromiso.
En la coda la
cantuta las preguntas dejan paso a
las aseveraciones: “los canallas / tras una penosa ausencia de agonías y
palabras / de abismos y tristezas / no los dejaron ver el color de las
estrellas / el recuerdo de sus madres Sólo el relampagueante hilo de la
muerte”. De esta manera testimonia una de
los más horrendos crímenes de Estado cometidos en el mundo: el vil asesinato
por el grupo Colina de nueve estudiantes y un profesor, Hugo Muñoz, de la
Universidad Nacional de Educación del Perú. La segunda coda es uchuraccay y finaliza con una
admonición terrible: “Pues en Uchuraccay Donde
todos somos culpables / –según los innumerables y abominables testigos-- /
nadie reclama a los muertos A los nuestros / enterrados una mañana como frutas
podridas / al pie de la soledad y de los ríos”.
El EPÍLOGO
va dedicado al viejo gasfitero de su barrio, San Miguelito, empezando por
reconvenirlo: “me dijeron que estabas destrozado cortado amarrado preso /
incomunicado que no podías ver la perdiz que surcaba tus entrañas… //… habías
desaparecido como esa fuerza que impulsa las raíces / de las rocas / entre las
fronteras y los muros más infernales de tu barrio”. El poeta, por un proceso
deductivo nos lleva desde una visión del mundo (“¿Es bueno conocer el misterio
de la vida?) –el mundo existe mientras nosotros existimos—hasta el obrero
artesano de su barrio encargado de desatorar los retos excrementicios de
nuestras casas. Honorable e imprescindible ocupación, para que el mundo no
prosiga convirtiéndose en cada vez más escatológico gracias al sistema
consumista imperante.
(Lima, 20 de
junio, del 2013)
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