domingo, 30 de agosto de 2009

Sin tradición radical es difícil entender a la izquierda'

Docente e investigador en la Universidad de Nueva York, el historiador José Luis Rénique no solo sigue con atención el acontecer nacional sino que es uno de los más productivos y lúcidos buceadores de nuestro pasado. Esta entrevista toca temas de un libro próximo a editarse.

Por Federico de Cárdenas 
Fotos Milko Torres


¿Cómo surge la tradición radical en el Perú?

–Surge como producto de una serie de factores. Uno es la derrota de la Guerra del Pacífico que revela las enormes fracturas de la nación, otro es el fracaso del liberalismo para lograr un pueblo y un Estado integrados; tercero, el sentido de la reconstrucción luego de la guerra, básicamente costeño y dependiente del exterior; finalmente, el ascenso de la oligarquía con la revolución de 1895. Estos factores llevan a que los sectores medios emergentes, nutridos por el proceso de reconstrucción, se planteen la necesidad de crear y dirigir un liderazgo propio para crear la nación moderna. Estos sectores tenían bases económicas muy precarias y venían de las letras y es de ellas que recaban los instrumentos para formular esta visión bastante utópica y soñadora de un país integrado. Ellos miran la historia, el territorio y las dificultades y formulan esta idea, articulada ya por Manuel González Prada, de un verdadero Perú allende la cordillera de los Andes, cuya movilización puede ocasionar la ruptura necesaria para cancelar la república de mentiras que era la patria criolla de 1821.

Los años 20

–¿Cómo se articula esta visión con la generación que viene después, la de Haya de la Torre y Mariátegui?

–El problema consiste en cómo politizar esta visión que proviene de la literatura. González Prada convoca a la Unión Nacional, pero esta colapsa y él vuelve a Europa en 1904, además nunca quiso asumir un liderazgo político. Entonces, entran nuevas organizaciones para llenar el espacio: el Partido Liberal de Augusto Durán, el Partido Demócrata de Piérola, el Partido Constitucional de los militaristas, con Cáceres, y el Partido Civil, que reverdece luego del asesinato de Pardo.

Durante el primer decenio del siglo XX, el debate está dominado por los arielistas, en una vena de corte aristocrático: Riva Agüero, V.A. Belaunde, los García Calderón. Ellos son partidarios de reformas, pero contando con una oligarquía ilustrada. En ese periodo se produce la emergencia de una nueva generación que trata de retomar la tradición radical desde las letras: es el grupo Colónida que anima Valdelomar, el cual hace una transición muy rápida entre 1915 al 20 hacia la política. En este contexto surgen Haya y JCM, y el propio Valdelomar evoluciona del dandysmo a la política.

Esta generación ha ido creciendo en redacciones de diarios y proyectos literarios y solo en 1917-18 se encuentran con los trabajadores y el propio González Prada. En 1920, con la emergencia de Leguía, este grupo, proveniente de lo que Basadre llamó la "patria periodística", se plantea la acción política. No olvidemos el contexto exterior: la revolución rusa, el indigenismo, la revolución mexicana, etc. La política será la misión de Haya y Mariátegui: construir el vehículo que permita emprender esa larga marcha hacia un Perú moderno.

–Haya como JCM pasan años en Europa. ¿Cuán importante es este periodo?

–Es fundamental, porque les permite vislumbrar la gran transformación encarnándola en proyectos revolucionarios. JCM se encuentra con la Internacional y el despertar de las civilizaciones milenarias y va a producir este complejo firmamento de ideas en el que, al lado de la revolución mundial, tiene cabida el indigenismo y el rescate del socialismo andino. En el caso de Haya es el México revolucionario, su visita a Moscú, los debates de la Internacional, etc. que le dan el contexto que le da los instrumentos ideológicos y políticos y la táctica para construir el APRA. Son exilios indispensables.

–Haya de la Torre fue un notable corresponsal y a la vez una figura carismática que atrae a parte de la intelectualidad de la época y a fuerzas que antes estuvieron en el anarquismo. ¿Que ocurre con este movimiento en tiempos de Haya?

–Sus posibilidades eran limitadas. Haya, que venía del norte y que tenía experiencias tempranas con el movimiento cañero, valora esa experiencia y rescata su cohesión moral y su austeridad de vida; también la dimensión cultural del modelo anarquista, que no era un proyecto político, pero tuvo influencia ideológica en el proceso de formación de la conciencia obrera y su afirmación. Haya entiende eso muy bien, y parte de su genialidad es haber tomado esos elementos del anarquismo y vincularlos con otros propios del arielismo, como la formación educativa, que desemboca en las universidades populares. Por su participación (los obreros lo van a buscar como líder estudiantil) en la lucha por las 8 horas, se da cuenta del potencial del anarquismo y lo asimila, sin necesidad de debate ideológico. Capta a la vanguardia obrera para un proyecto educativo y luego hace de ella el embrión del Frente de Trabajadores Manuales e Intelectuales.

Todos estos elementos tácticos van a ser incluidos por Haya en una poderosa narrativa que ayuda a la creación de una identidad aprista y le permitirá retrospectivamente decir que ahí nació el Apra, aunque en realidad fueron vínculos entre la vanguardia obrera y los estudiantes universitarios democráticos.

–Hay dos momentos importantes en esta construcción, también en los años 20. El primero es el debate sobre el indigenismo y el segundo la ruptura con Mariátegui. ¿Cómo los ves en perspectiva?

–Una de las ideas que propongo en este trabajo sobre la tradición radical –que no se detiene en los años 20 sino llega hasta los años 90– es la de que el desarrollo de la izquierda en el Perú se asienta en una comunidad retórica y en un diálogo que contaba ya con un  conjunto de visiones previas a la llegada de la identidad revolucionaria. Las articuló primero González Prada, pero de modo incompleto, pues si bien valoriza al indio no propone como tender puentes para llegar a él. El debate del indigenismo forma parte del esfuerzo por politizar la idea del Perú verdadero. Hasta entonces habíamos tenido revueltas indígenas prontamente sofocadas, pero ya surgían en Cusco intelectuales que proponían una suerte de nacionalismo andino romántico y centrado en lo comunal y se interrogaban sobre lo que sería la participación del indio en un contexto de lucha revolucionaria.

En cuanto al debate Haya-Mariátegui, se ha puesto énfasis en su importancia teórica: el rol de las clases medias, el carácter del partido, si es partido o frente, etc. pero no hay que olvidar que también es un debate de tipo táctico: frente a la autocracia leguiísta, seguir trabajando para articular los islotes democráticos de tradición antioligárquica o construir ya el partido o frente político.

Los años 30 y después

–En el discurso "profético" también Haya intuye que le espera al partido un periodo de clandestinidad.

–Así es, por eso afirma que en el PAP no hay lugar para cobardes ni traidores. Lo que sigue es un juego bastante complejo, en el cual trata que el fuego de la tradición radical se mantenga vivo con dos propósitos: cohesionar a una nueva generación de militantes –la de Armando Villanueva– que estarán activos en la clandestinidad y construir un partido articulado de modo vertical en base a la lealtad con el líder, que se juega la vida escondido desde que la tregua de Benavides se termina y los altos dirigentes parte al exilio. Surgen la vanguardia aprista de choque, el Buró de Conjunciones y otras estructuras mantenidas con un discurso radical y la promesa de "un 95 sin balas". Pero también habla de Tolstoi y de Gandhi, en un discurso mesurado en cuanto al uso de la violencia.

La idea de la insurrección comienza a ser desplazada. Todo depende de la relación con un general amigo, decía Haya. Son dos frentes: el trabajo radical con los jóvenes militantes hacia adentro; y mantener vigente la idea de que el partido está vivo y es una amenaza hacia afuera. Ese es el papel que cumple la tradición radical en el aprismo, de ahí la ambigüedad que tanto rechazo provocaba en la izquierda, pero que retrospectivamente es uno de los factores que constituyen el secreto de la longevidad del APRA.

–¿Y qué ocurre en el PC tras la temprana muerte de Mariátegui?

–Algo que me parece mucho menos productivo en términos de la tradición radical. El partido pasa a ser manejado por un aparatchik nombrado por Moscú, un fenómeno que no es propio únicamente del Perú. Y lleva a sucesivas purgas de elementos pequeño burgueses o "radicaloides". Se purga incluso todo lo que tenía que ver con Mariátegui. Nunca se recupera esa riquísima dimensión cultural que aportó JCM.

–Volviendo al APRA, ¿cómo crees que influye lo ocurrido en Trujillo en el lado conspirativo e insurreccional del partido, que siempre falla hasta su último intento en 1948?

–Una de las dificultades que tienen los apristas para contar su historia es que les resulta difícil compaginar su historia oficial, en la que el insurrecionalismo y sus intentos frustrados son vistos como parte de un combate en el que la oligarquía termina ganando porque tiene de su lado a las FFAA. Pero las insurrecciones del APRA no siempre tenían como objetivo tomar el poder: tenían como propósito reafirmar el radicalismo de las bases para cohesionarlos, porque cuando se mira en perspectiva la estrategia de Haya se advierte que su objetivo era ir acomodando al PAP a una buena relación con  EEUU.

Es un juego múltiple que sin duda requería de un titán de la política y que resulta difícil de entender desde el siglo XXI. Para él los asuntos estratégico-políticos del partido estaban limitados al círculo más alto de dirigentes, con la bases se comunicaba a través de la palabra, en mensajes que tenían que ver con la mística, la consecuencia, la identidad o la unidad.

Haya domestica su propia ideología para acomodarla a lo que pensaba era un gran rebrote de la democracia en la región, gracias al cual podría el APRA llegar al poder. Hoy podemos mirar estos cambios no en términos de combate ideológico y de lo que Haya no fue, sino como una de las escuelas de quehacer político muy difícil de entender porque seguimos cargando el peso de las historias oficiales.

–La estadía de Haya en la embajada de Colombia provoca un gran debate en el APRA, perseguida, con el líder inmovilizado.

–Así es. La política de sobrevivencia del APRA tiene sus costos. Entre el 45 y el 48, sus defensistas le piden acción frente a Bustamante, copado por la derecha. Haya los frena, en un capítulo difícil de la historia del APRA. Estas contradicciones afloran en el golpe del 48, en el que las bases se movilizan y el partido alega no haber ordenado tal cosa. Lo que distingue la primera de la segunda clandestinidad es que en esta última no está Haya y el debate alcanza –son palabras de Townsend– un nivel de virulencia desconocido. Se discute la historia del partido sin la presencia de su máximo líder y se busca remediar algunos aspectos. Es aquí que la tradición radical resulta incómoda. El APRA rebelde es expulsada y Luis de la Puente se va hablando de traición para formar el MIR y la guerrilla de los años 60.

Perfil

• Profesión: Historiador formado en la PUCP. Docente universitario en EEUU desde 1989. Profesor principal de la U. de la Ciudad de Nueva York.

• Publicaciones: Intelectuales, indigenismo y descentralismo en el Perú (1897-1931) Cusco, Centro B. de las Casas, 1984; Los sueños de la sierra. Cusco en el siglo XX (CEPES, 1991); La voluntad encarcelada. Las luminosas trincheras de SL en el Perú (IEP, 2003); La batalla por Puno. Conflictos agrarios y nación en los Andes peruanos 1866-1995. (IEP, CEPES y SUR, 2004). Publicará pronto La Nación Radical. Perú 1888-1992.

El discurso profético de Haya

--El choque Haya-Mariátegui marcó un divorcio definitivo.

-Así es. Ambos debates forman parte de la tarea del momento, que era politizar la tradición radical, llevarla a la práctica y abrir el camino para una acción política que fuera más allá de la ciudad letrada. En ese debate, JCM creía más en una acción de mediano plazo para entrar en el campo a través de las minas, en tanto que Haya –ausente del Perú varios años– es más jacobino y quiere pasar a la acción. El choque acelera el Partido Socialista y decide a Haya a formar un partido nacional.
 
Con esta ruptura se frustra la posibilidad de crear una izquierda nacional unificada y Haya delimita con claridad el espacio que tiene para su organización, y lo hace con genialidad cuando se da cuenta que la crisis de 1929 no es el fin del capitalismo ni del imperialismo y que lo que viene tras la caída de Leguía no es propicio para la democracia sino un periodo de lucha política salvaje, clandestinidad  y tiranía. También que el "descubrimiento de América" por la Comintern no va a ninguna parte. Es lo que se ha calificado como su célebre discurso profético de 1931.



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Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
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cel 993754274

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