miércoles, 1 de enero de 2014

SEGISFREDO LUZA : CRITICA A "GRITOS"

CRITICA A “GRITOS”: por Segisfredo Luza.

(En 1968 comencé un libro titulado “Las cuevas”, en la cárcel de Lurigancho. Lo terminé en 1969. En ese mismo lugar estaba detenido el psiquiatra Segisfredo Luza, con el cual hicimos amistad. Al terminar el libro, a mediados del 69, le pedí un Prólogo, el cual lo hizo pero referido a “Las cuevas”. Después de 44 años publiqué ese texto, pero reestructurado, tanto en su forma física como temática, con el nombre de “Gritos” (2013). Lo que presentó aquí son partes del Prólogo que tienen que ver con las ideas generales y esenciales del texto. Por ser de importancia para mi y para la comprensión de la obra lo publico de la forma que indico).

Toda crítica no es sino una máquina de convertir  lo original a lo banal. Si nos interrogamos sobre el lenguaje,  tendríamos que remitirnos a la lingüística y al psicoanálisis  y esto es insuficiente  porque al final de cuentas toparíamos  con una concepción elaborada del hombre.  Una filosofía total  del ser humano  depositada históricamente en el lenguaje  cotidiano. Si renunciamos a analizar  “nuestra bella lengua” y tratamos de captar lo subjetivo,  estaríamos detenidos en el siglo xix cuando  la estética se dedicó a tratar el arte como actividad interior , dejando de lado el examen profundo y directo de la obra. Nicolai Hartmann  pidió  un cambio del pensamiento  estético y por consiguiente de la crítica. Ya Víctor Hugo creía haber hecho la revolución al querer “poner un bonete rojo a los viejos  diccionarios”. Y efectivamente este cambio ha sido la apertura de la literatura moderna, a través de Rimbaud,  Mallarmé, Proust, Bretón, sin hablar de Becket, Ionesco, Genet, Joyce y Robbe-Grillet.  Ellos han introducido el absurdo; el orden dentro del desorden.  ¿Y la crítica? ¿Es posible desentrañar, indagar, las estructuras internas del acto creador sin atentar contra la obra misma? ¿Lo absurdo, lo deshilvanado,  lo simbólico, tiene un sistema y una fenomenología?

No es este el instante de elaborar una metodología de la crítica, ni de estudiar las posibilidades de una fenomenología de la poesía moderna, ni del absurdo.  Simplemente digamos que toda crítica es “una apuesta fatal” porque propone una evidencia, una hipótesis parcializada del problema del autor y en esta apuesta el crítico está introduciendo una ecuación personal en el sentido de Pascual. Y así nos coloca frente a un círculo vicioso.  Una ronda infernal en la que no hay concordancia entre la significación de la obra y la objetividad de la misma.

Prescindamos, pues, de toda crítica y limitémonos a leer la obra sin introducir puntos de vista. Digamos que lo implícito está contenido en lo explícito.  El genio del autor no es otra cosa que la presencia de su ser en la obra y a él nos acercaremos leyéndolo, del mismo modo que el oyente frente a la música. La partitura es distinta a la ejecución de la obra. Y el goce es una experiencia sin palabras. Ella habla de nosotros. Así para acercarnos a esta obra leámosla y tratemos de experimentar sin intención alguna, lo que surja en nosotros mismos. Si es asco o emoción; si alegría o tristeza; si aburrimiento o inquietud; si añoramos nuestro pasado ancestral o creemos haber descubierto el sentido de la vida. Todo ello es la obra. Luego la obra hablará en nuestra receptividad o impresionabilidad en forma impalpable. De pronto se anudará a nuestro interior según la índole de cada cual y objeto y sujeto será un todo inextricable.

Desde las primeras  líneas lo caótico irrumpe en el discurso interior y no precisamente bordeando lo improbable sino revelando al hombre medular. Esta obra es un conjunto de piezas que habla del mundo de los impulsos primitivos,  de las voces del silencio, del flujo sanguíneo, de todo aquello que en el hombre civilizado ha quedado sepultado bajo la razón y el concierto lógico. Empero, no se trata de un relato enajenado propio de los seres que han perdido la cordura y en quiénes el discurso ha perdido su línea directriz. Se trata de una liberación visceral que contiene la armonía de las formas ancestrales, de lo recóndito que asciende hasta lo sublime y que se expresa en la contradicción, en el contrapunto y en el ritmo oral que brota como una melodía inagotable de imágenes poéticas.  Precisamente en esta prosa poemática reside su embrujo. Aquí no encontraremos un sistema de lectura… Desde el inicio ya estamos capturados por este resurgimiento vital que al entregarnos su intimidad está revelando la nuestra. Una especie de simbiosis, de amalgama expresiva, de comunicación sintética a través del retorno al acontecimiento primitivo.

Se ha dicho que el lenguaje es una forma de distanciamiento del ser. La expresión es a la vez opaca y transparente. El hombre se aliena al tratar de traducir sus vivencias en la palabra.  El lenguaje perfecto equivale a la completa identidad del hombre y a la ruptura de los límites de la personalidad. Si el surrealismo plasmó las imágenes del ensueño y el acaecer subconsciente. Y si los expresionistas  como Chagall pintaron un mundo onírico y sugestivo, Lautremont fue el maestro de lo horrible y cavernario. ¿En este texto hay una reminiscencia de todo ésto? No lo sabemos. Sólo entrevemos un bullicio interior que no se deja capturar como una estructura que por pertenecer al hombre es una estructura inhallable.

Cuando leemos: “Maldito agujero congelado de pánico, has roto el horizonte de las calaveras derrotadas. Los cristales de espuma    Los pequeños cangrejos de las alimentaciones  orgánicas que tienen escasamente la cabeza corta. Has amputado las pinzas  aprehensoras del miedo  Sin embargo naces perfecta en la descendencia cultivada de los cielos impenetrables…”, la materia bruta,  lo inorgánico,  lo biológico, las vivencias, lo espiritual, lo telúrico, la realidad social, las especies vivientes, lo microscópico, lo sideral, es decir todo el complejo universal, se nos comienza a presentar como una cosmogonía antitética que habla por sí misma mediante las fuerzas que ascienden a la conciencia y que ingresan sin ser analizadas, ni enmascaradas, sino que nos penetran puras, como si ello significase inventar la creación: el hombre desnudo, conjunto explosivo que dentro de la inestabilidad dialéctica encuentra su razón de ser.

Y en este canto filogenético el hombre surge como expresión perfeccionada de lo viviente. Se enseñorea y trata de separarse de su origen desconociendo los impulsos que nos hermanan a los peces, a los invertebrados, al barro original.  Pero resulta que este desprendimiento es generador de angustia, de desgarramiento, de lucha, de dicotomía entre la materia hecha cuerpo y el destino como alienación. Es el retorno del hombre a las fuentes primigenias,  es un proceso inacabado, que procede de las vivencias elementales, de los impulsos ancestrales, de la vociferación, de la liberación, de la entrega al mundo;  “un sacarse a sí mismo”,  que se expresa poéticamente. Y para ello Juan Cristóbal se abandona al silencio y al retraimiento como queriendo beber de la imaginación y de la oquedad interior. Y así comienza a brotar su canto ininterrumpido que sin aliento ni pausa, se convierte en palabras enhebradas entre sí, explicándose unas con otras, como partes de un todo cuya coherencia se descubre  en el canto mismo, en las letras que desfilan plenas de significado y en donde las mayúsculas y minúsculas son acordes plenos de fuerza y fugato o de adagio encantado.

En casi todos los poemas, que son expresiones poéticas de la misma coyuntura,  aparece el hombre ancestral,  enajenado y perdido en un mundo de formas vivientes, estremecido en su circuito vital,  ángel caído, mono superior, pájaro y constelación, fuente y fin de todas sus culpas. Y en otros momentos el movimiento es devorador y alucinante; no da tregua, es caótico y se mueve como nebulosa naciente(…)
¿Y el tiempo? Dimensión real como la materia misma,  cruel como la vida, implacable como la curva de los días, como el sueño y la vigilia.  El tiempo que todo lo remite al pasado devorando el presente y donde el futuro sólo es proyecto insubstancial. El tiempo. En uno de los poemas sobre “Los meses”, marca el final de esta peregrinación del hombre a través de su trayectoria filogenética, despertando a la conciencia, viviendo en el tiempo y en los meses. Y no puede sino gritar y lanzar imprecaciones contra el calendario que acciona como hierro aprisionante.  Ahí está la edad irrenunciable, la metamorfosis humana, los desvelos y frustraciones, los triunfos y desgarramientos y el sórdido mutismo de los dioses que no auxilian al hombre. Y en ese poema, al final exclama ¿Y el tiempo? Dimensión real como la materia misma,  cruel como la vida, implacable como la curva de los días, como el sueño y la vigilia.  El tiempo que todo lo remite al pasado devorando el presente y donde el futuro sólo es proyecto insubstancial. El tiempo. En uno de los poemas sobre “Los meses”, marca el final de esta peregrinación del hombre a través de su trayectoria filogenética, despertando a la conciencia, viviendo en el tiempo y en los meses. Y no puede sino gritar y lanzar imprecaciones contra el calendario que acciona como hierro aprisionante.  Ahí está la edad irrenunciable, la metamorfosis humana, los desvelos y frustraciones, los triunfos y desgarramientos y el sórdido mutismo de los dioses que no auxilian al hombre, por eso exclama desafiante frente a lo irrenunciable, ante el destino que termina en la muerte; “Venid meses de hierro,  aquí os espero, en el corredor  aturdido de las noches separadas”,  frase final de la trágica aceptación de vivir en el tiempo.







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