TESTIMONIO
El doctor Mariano Querol, ha sufrido experiencias limites, una de ellas es el secuestro sufrido hace cerca de veinte años, que tradujo en su libro " Memoria de un Cautiverio". puedo subrayar lo que expresa en el epilogo ( pag. 146) " En todos los tiempos ha habido y hay seres humanos que no buscan la trascendencia en la belleza, el amor, la vida, la religión o la naturaleza : buscan la trascendencia en el poder, fundamentando- erroneamente y exclusivamente- en las fuerza, la violencia y la riqueza.
El doctor Mariano Querol es hijo adoptivo de Santiago de Chuco, distinción promovida muy justamente por el movimiento Capuli, Vallejo y su Tierra. Conoce a la perfección la obra de José María Arguedas. Tienen una biblioteca completa que además de las obras de psiquiatría, existen obras de importancia del quehacer humano. Puedo señalar su gran espíritu por conocer día a día y determinar la palabra justa (para ello el uso del diccionario físico y virtual lo acompañan siempre)
Siendo Campeón Nacional de Marinera, en su categoría, nos señala la importancia del baile y del movimiento como señal de renovación de vida La filosofía budista esta en un escaño muy importante en su biblioteca.
Su generosidad es muy grande, conoce a la gente que le rodea, por sus mínimas expresiones.
Pienso como los grandes personajes, que no sería el Maestro que es; sino hubiera tenido experiencia límites, como lo detalla en su libro: el maltrato sufrido en su infancia, la enfermedad en Europa, el secuestro sufrido en 1996, Su renovación y felicidad la vida sentimental y familiar. Nos hacen ver a un hombre que es un ejemplo de vida.
Al igual que los personajes del renacimiento abarca muchos aspectos al no desdeñar el trabajo manual tanto conoce de carpinteria, albañilería, etc. como su participación en el cine, teatro, música, y el baile.
Un gran abrazo fraterno con agradecimiento y que cumpla muchos años mas de vida.
Luis Anamaria Chavarría
19/08/2015
SEMBLANZA DEL DR. RENATO ALARCON
Trazar una semblanza de Mariano Querol Lambarri ante una audiencia que lo conoce bien, que lo admira y lo respeta con el sello justiciero que esta ceremonia representa, es ciertamente tarea muy difícil, porque corre los riesgos igualmente severos de la omisión o de la redundancia. Apelo entonces a la generosidad de Mariano y a la de todos Uds. para que me acompañen en las evocaciones de quien comenzó siendo su alumno en la Universidad Peruana Cayetano Heredia hace 51 años, y continúa siéndolo aun hoy; pero también, para compartir el recuerdo de experiencias a lo largo de una intensa ruta vital, de mi multifacético vínculo con el colega y el profesional brillante, el académico enterado y sabio, el mentor generoso, el pensador profundo y, siempre, el amigo entrañable.
Vine a Lima en 1962, trasladado de la Facultad de Medicina de Arequipa para iniciar el 3er. año de la carrera en la nueva Universidad. Vine, sobre todo, porque anhelaba ser psiquiatra y porque, como arequipeño, me atrajo no solo el calibre histórico de la gesta herediana sino, fundamentalmente, la decisiva presencia al frente de ella, de Honorio Delgado, la figura más brillante de la psiquiatría latinoamericana del Siglo XX, maestro y líder de la Escuela Psiquiátrica Peruana que presidió por varias décadas la marcha de esta disciplina en nuestro continente. Delgado había convocado a su alrededor en aquel entonces, probablemente al grupo más brillante de psiquiatras jóvenes que ha conocido el país. Muchos de ellos colaboraban también en la Revista de Neuro-Psiquiatría, fundada por Don Honorio y el Prof. Oscar Trelles, que este año celebra sus Bodas de Diamante. Y primum inter pares, destacaban la figura y la presencia de Mariano Querol, un joven psiquiatra de facciones finas, atuendo elegante, caminar pausado, barba estilizada, mirada penetrante y lenguaje articulado y preciso. Discípulo digno del consagrado maestro.
Graduado en San Fernando, Mariano hizo estudios de post-grado en Europa, particularmente en Francia, Austria y España. Europa puso no solo a prueba su deseo de saber más y de desarrollar sus múltiples talentos; puso a prueba también su resiliencia y su coraje al hacer evidente un problema de salud y sometiéndolo a los rigores de un tratamiento exigente. Como no podía ser de otra manera, Querol respondió con brillo a los desafíos profesionales y con serenidad y gallardía a los retos de su salud. Retornó al Perú y a la Cátedra de Psiquiatría en San Fernando como un docente innovador y carismático. Fue el inspirador del Curso de Psicología Médica en el 2º. Año de Medicina, la conceptualización profunda y completa de una auténtica psiquiatría dinámica, genuinamente interhumana y, por lo tanto, pionera de un enfoque libre de clichés o vacuas proclamas doctrinarias.
Como docente, nos enseñó también Semiología Psiquiátrica, la base crítica en la toma de una buena historia clínica, el uso cabal de los principios de una entrevista productiva, el reconocimiento y la identificación apropiada de los síntomas a base de la psicopatología fenomenológica de Jaspers. Nos llevó de la mano a la culminación de este proceso con el correlato diagnóstico más adecuado en el contexto de nomenclaturas delineadas por los padres europeos de la clínica psiquiátrica que Honorio Delgado había introducido en su clásico libro, Curso de Psiquiatría. Nos entrenó en el diseño de un tratamiento comprensivo, multidisciplinario, a tono con la realidad polivalente y multidimensional del paciente y la propuesta ecuménica de su realidad bio-psico-socio-cultural y espiritual. Desde el pódium de un auditórium, en el aula docente, en la consulta externa o en el servicio del Pabellón 18 del Hospital Víctor Larco Herrera, Mariano Querol fue fuente inagotable de saber profundo, de avizor “ojo clínico”, de intuición y empatía.
En el plano que podría llamarse de psiquiatría biológica, aparte del manejo psicofarmacológico, Mariano Querol manejaba pacientes en absoluta necesidad de tratamiento electroconvulsivante y era también el experto electroencefalografista presto a caracterizar trastornos clínicos o conductuales vinculados a patología cerebral detectable. Utilizó también el EEG, como clínico e investigador, en pacientes que vivían en las grandes alturas de nuestra geografía andina. Hizo este trabajo, que le sirvió también como tema de su tesis de doctorado, en el contexto del ejemplar proyecto de investigación que, con fondos internacionales, conducía el Profesor Alberto Hurtado en Morococha, Cerro de Pasco.
Durante mis dos últimos años como estudiante de medicina en Cayetano Heredia tuve también el privilegio de apreciar otra gran faceta del quehacer académico, institucional y ontológico de Mariano Querol: él y Leopoldo Chiappo lideraron el trabajo de un grupo de 18 docentes y tres estudiantes que, en reuniones semanales los jueves por la noche en la casa de Mariano en la Av. Javier Prado, articulamos los Planteamientos Fundamentales de la Renovación Universitaria, título de un libro publicado en 1967. Es éste el documento nuclear de la filosofía y los principios en cuya defensa emergió la Unión Médica de Docentes Cayetano Heredia, antesala de la fundación de la Universidad. La visión, la pasión, la auténtica vocación universitaria de los miembros de este grupo fue para mí una experiencia crucial porque tradujo claramente el compromiso histórico de las generaciones fundadoras de la institución herediana, su inabdicable posición principista y su inalienable vocación de permanencia. Dirigiendo los debates del grupo y sazonándolos a veces con preciosos mini-conciertos de piano, nuestro anfitrión personificó a plenitud la convicción colectiva de que palabra y acción son dialéctica invencible, diáfana ecuación de trascendencia. Mariano ha enseñado pues, mucho más que psiquiatría, ha enarbolado banderas que hacen de la ciencia solo un faceta de algo mucho más profundo: la cultura, el quehacer del que la Universidad debe ser escenario, fuente y protagonista auténtica.
Personalmente, jamás olvidaré que Mariano me asesoró en mis tesis para optar el grado de médico-cirujano y, más tarde, el de Doctor en Medicina. Y donde su generosidad y su desprendimiento de amigo se manifestaron hacia mí con ejemplar nobleza fue, cuando a mi regreso de mi entrenamiento de post-grado, me brindó sin cortapisas un consultorio en su casa, donde inicié y pude conducir por varios años mi obligatoria fase de práctica privada. Y tampoco olvidaré que fue Mariano, en su época de comentarista radial, uno de los primeros en entrevistar a mi hijo Daniel, de visita en Lima, cuando hacía sus primeros pininos como escritor.
La biografía de Mariano Querol ha de incluir sin duda fases o periodos llamados de “cambio”. Señalará que en algún momento dejó de ser el académico formal y tal vez reservado para hacerse más extrovertido, más informal o risueño, en algún momento más un hombre de motocicleta que de automóvil. No intento explicar, interpretar o racionalizar tal pronunciamiento, tal cambio, aun cuando puede decirse que todos cambiamos a lo largo de este peregrinaje ambiguo que llamamos vida. Me atrevo a formular mas bien una suerte de hipótesis que sitúa la experiencia en un contexto más amplio y más holístico, usando este último término en su primaria acepción etimológica. Ortega y Gasset nos dijo que el hombre es él y su circunstancia y que su ser-en-el-mundo responde a una interacción dinámica tanto ínsita como “de fuera”, a la vez intrapsíquica y externalizadora. Querol pudo haber modificado algunos aspectos de su relación con el mundo pero, en realidad, jamás cambió. Uno puede transformarse sin dejar de ser el mismo. El siguió y ha seguido siendo auténtico, generoso, transparente y sabio. Mantiene en su acción lo mejor de Honorio Delgado a quien profesa un afecto filial que es veraz y sincero. Dio a sus intereses intelectuales y culturales el sello expresivo y hasta sensual de la música, la danza, el teatro, la comunicación social y la educación del pueblo, practicadas todas con certidumbre y destreza, con calidad amena. Y, en el dramático episodio de su secuestro, mostró al Perú y al mundo la fibra de serenidad y coraje, nobleza y comprensión, decencia y docencia que solo personas como él pueden conjuncionar ante los desafíos de una adversidad imprevisible. A través de todo ello, Querol, pues, siguió siendo Querol.
Añado una característica más al ser de Mariano. Su innegable creatividad entraña la curiosidad de los detalles (¡dígalo si no su colección de relojes de todo tipo armados y desarmados mil y una veces!) y la innata habilidad que nos demuestra su disciplinada práctica de la más peruana de las danzas, nuestra marinera. Pero quiero señalar que la suya es una creatividad espiritual y rebelde. Mariano Querol es, a la manera de Paracelso, el cuestionador itinerante de dogmas que resquebrajan la firmeza de espíritu, crítico de la deshonestidad, de los excesos ideológicos o del conformismo mediocre. Honorio Delgado, en su estudio biográfico-histórico sobre el iconoclasta de Zurich, nos habla de su “carácter indómito y lleno de frescura juvenil”, de sus “delicadezas nobilísimas”, y comparte su convicción de que de la obra de Paracelso jamás podrá derivarse “una visión rastrera de la vida”. Digo yo lo mismo de Mariano Querol.
La vida de Querol puede pues tener visos de leyenda, quiéralo él o no. Es una leyenda real, si se me permite la expresión. Sus miles de pacientes pueden atestiguar que su humanismo no es solo prédica, es también práctica cuotidiana. Sus alumnos y sus amigos han aprendido de él y con él a combatir lo que Laín Entralgo llamó “bizantinismo intelectual” presente en la vieja Europa y en la joven América Latina, postulando “ingenuidad osada, espontaneidad fresca y decidida” (características netamente querolianas, afirmaría yo). Es “un hombre sensible”, para usar palabras de Octavio Paz, “en el que la reflexión y la emoción no están reñidas”. La cultura peruana aprecia de veras las contribuciones de Mariano en libros, artículos y ensayos, a través de conferencias, diálogos o de la vertiente masiva de los medios. Su culto a la diversidad, al respeto que debemos al otro como esencia de nuestra pluralidad, es mensaje certero. Querol cumple con aquello que Juan José Tamayo, el pensador español, nos dice del ser humano, a quien llama “guardagujas de la utopía” y, con ella, de la esperanza: “…el principal cometido de la actividad intelectual es la rehabilitación de la imaginación creadora, la recuperación del horizonte utópico….”.
Estoy seguro que Mariano Querol suscribiría plenamente la idea de buscar un horizonte mejor “fuera de la felicidad del hábito y la fatiga del uso” como diría Milán Kundera. Dueño racional de su “entidad humana”, el ser de Mariano se ha manifestado sin tapujos ni cortapisas en todos los aspectos de su vida a la que aplico palabras de Emilio Montiel: “creativa, ingeniosa, habituada a la reciprocidad……a una disposición a la convivencia y a la fraternidad…..esencialista más que convencionalista”. Y concluyo aquí entonces, con algo de poesía, versos de dos poetas que, en su contenido solo artificialmente disímil, cubren el extraordinario rango de la visión intelectual y humana de Mariano Querol. Uno es de Mario Benedetti, titulado “¿Qué les queda a los jóvenes?”, pregunta a las que maestros como Querol también responderían:
les queda respirar/abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar
¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan/abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno/
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente.
Y el otro fragmento de poema, es de Gerardo Diego, “Preludio, aria y coda a Gabriel Fauré”, un llamado tierno y realista, existencial y romántico:
Tú en tanto, anciano y mozo
–viejos mostachos de color de bruma
o acariciando el bozo–,
ojos tristes de puma;
o de leopardo, crédulos de espuma;
mozo siempre y anciano,
aboliste ya el tiempo que aún oprime
nuestro descielo humano
y con latir sublime
tu sangre en el adagio el pulso imprime.
Sube lenta la luna
y enamorada de ella va la ola.
Hazme, padre, la cuna
sobre las aguas sola,
las dulces aguas de tu barcarola.
Mariano:
Tus hijos, tu familia, tus alumnos, tus amigos, Lima y el Perú entero te rinden este sentido y justiciero homenaje.
Muchas gracias.
Renato D. Alarcón, MD, MPH
(Lima, 30 de Octubre, 2013)
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